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viernes, 23 de marzo de 2007

Rompiendo una lanza por la dehesa de San Agustín del Guadalix

La dehesa o monte de Moncalvillo de San Agustín del Guadalix, en la provincia de Madrid, forma parte de un ecosistema seminatural que cubre casi dos millones de hectáreas, principalmente el suroeste español, desde la provincia de Salamanca hasta Huelva, así como el Alentejo y Algarve portugués. La página web de San Agustín hace referencia, entre otras, a la afirmación de ser ésta "una zona de alto valor ecológico, donde, junto con los majales, existen extensas formaciones arbóreas, compuestas por encinas, enebros, cornicabra y quejigo. La dehesa cuenta con una extensión de 1350 hectáreas que se conservan prácticamente como en el siglo XV. Los pastos son aprovechados por el ganado vacuno y caballar que desciende en verano a la rastrojera."

La importancia de las dehesas en España quedó corroborada, en 2002, por la declaración por la Unesco de las dehesas de Sierra Morena como Reserva de la Biosfera, quedando así premiada la conciliación de la conservación del bosque mediterráneo con su explotación ganadera, agrícola y cinegética. Pero vamos por partes.

El alma, por así decirlo, de la dehesa es la encina (Quercus ilex), el árbol más común del bosque mediterráneo, dominante en la península Ibérica. La principal característica del bosque y matorral mediterráneos consiste en ser de hoja perenne. La pérdida y renovación de su follaje se produce cada dos o tres años, de forma escalonada.

La encina crece en altitudes de hasta 2000 metros y alcanza edades de 700 años. Gracias a su dura corteza no resulta fácil que este árbol del género Quercus, de hojas coriáceas, sea pasto de las llamas. Soporta temperaturas extremas de frío y calor y es capaz de sobrevivir a precipitaciones por debajo de los 300 milímetros anuales. Se adapta a cualquier tipo de suelo. Sus frutos, las bellotas, han sido alimento tradicional del ganado, sobre todo del porcino. Aquí valga mencionar el jamón ibérico. La encina está muy arraigada en la tradición española y ya era adorada por los antiguos celtas.

Sirvan estos pobladores de enlace con la raíz lingüístico-histórica de la palabra dehesa. De ahí que demos un salto en el tiempo para llegar a las raíces históricas de estas zonas adehesadas. El término dehesa hace referencia a un "terreno acotado al libre pastoreo de los ganados trashumantes mesteños que recorrían el sureste español", según Manuel Gutiérrez (La Dehesa, 1992). La costumbre de establecer latifundios en territorios marginales se remonta a los romanos, por lo que se supone que el origen de la voz dehesa radica en aquella época. De ahí su definición como "... dehesas, consideradas como superficies amplias controladas por un único propietario ...". Concretamente, según el diccionario de Corominas, esta voz no aparece hasta el año 924, si bien antes la Ley visigoda hace referencia a un "acotamiento de fincas, el llamado pratum defensum, seguramente tomado de los romanos ". Por lo tanto, la expresión dehesa presenta un fondo histórico-etimológico del que apenas nos percatamos en la actualidad. En tiempos de la reconquista, cuando las órdenes militares, los señoríos y los concejos de realengo tenían su temporada alta, la dehesa experimenta un resurgir con los latifundios como telón de fondo. Destacan los privilegios del Real Concejo de la Mesta. "Surge entonces el término defendere, con el que se denomina el permiso concedido por parte del rey para acotar y cerrar las fincas ante los impresionantes privilegios de los que disfrutaba el Real Concejo de la Mesta. -Con respecto a San Agustín del Guadalix cabe mencionar el papel desempeñado por el señorío de los condes de Punonrostro. Después de suprimidos los citados privilegios, la Dehesa de Moncalvillo fue administrada por el Ayuntamiento de San Agustín. - Esta nueva figura supone el mantenimiento de la explotación del pastizal-encinar principalmente con cabaña porcina, aunque en lo que a Extremadura se refiere, provoca la aparición de los primeros rebaños merinos, así como el sistema de arrendamiento de pastizales a los rebaños trashumantes," según Hernández (La Dehesa, 1995). Hernández afirma que "con las desamortizaciones aparecen las grandes propiedades, unificando las distintas titularidades que recaían sobre las dehesas." Además, este autor afirma que "la desamortización permitió la conservación de las dehesas de encinar-pastizal prácticamente intactas hasta nuestros días, evitando así la desaparición del bosque mediterráneo adehesado". De ahí que, partiendo de su aprovechamiento por el ganado, pueda sostenerse la afirmación "El pastoreo mantiene la dehesa en equilibrio ecológico, con lo cual se cierra el círculo iniciado por la voz latina defendere, palabra que se convierte, tras sufrir algunas modificaciones evolutivas en el plano lingüístico, en la dehesa conocida por todos en la actualidad. Por consiguiente, esperemos que las dehesas sigan aún muchos años intactos para que todo el mundo pueda sacar provecho de ellos conciliando de esta manera la economía con la ecología.

Saludos PATO



Además de la bibliografía citada, parte de la información usada se debe a las siguientes revistas:
GEO n°165, 2000; GEO ESPECIAL n° 3, 2001; GEO n° 193, 2003; GEO ESPECIAL n°, 2004; natura n° 2001; natura n° 230, 2002

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